Gracias a las fiestas el mexicano se abre, participa, comulga con sus semejantes y con     los valores que dan sentido a su existencia religiosa o política. Y es significativo que     un país tan triste como el nuestro tenga tantas y tan alegres fiestas. Su frecuencia, el     brillo que alcanzan, el entusiasmo con que todos participamos, parecen revelar que, sin     ellas, estallaríamos. Ellas nos liberan, así sea momentáneamente, de todos esos     impulsos sin salida y de todas esas materias inflamables que guardamos en nuestro     interior. Pero a diferencia de lo que ocurre en otras sociedades, la fiesta mexicana no es     nada más un regreso a un estado original de indiferenciación y libertad; el mexicano no     intenta regresar, sino salir de sí mismo, sobrepasarse. Entre nosotros la fiesta es una     explosión, un estallido. Muerte y vida, júbilo y lamento, canto y aullido se alían en     nuestros festejos, no para recrearse o reconocerse, sino para entredevorarse. No hay nada     más alegre que una fiesta mexicana, pero también no hay nada más triste. La noche de     fiesta es también noche de duelo. —Octavio Paz
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El headstand, o la parada de cabeza tiene varios beneficios que se obtienen 
si uno practica lentamente, respetando su cuerpo, y con respiracion 
profunda y ...



 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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